martes, 15 de septiembre de 2020

Isla Cristina en la literatura de un Premio Nobel

Artículo publicado en el periódico La Higuerita 15-9-2020

Portada de la edición de 1951 


El escritor Camilo José Cela, miembro de la Real Academia de la Lengua Española, considerado uno de los mayores escritores del siglo XX, se convirtió en un vagabundo, ansioso de experiencias literarias para narrar en sus notas su “Primer Viaje Andaluz”,  un recorrido literario en el que quedó admirado por la luz extravagante de Andalucía, los mares de olivos, las aguas enturbiadas del Guadalquivir, y una arquitectura de siglos y antigüedades ilustres. 

Cela, en su libro, plasma lo que ve y piensa, y vagabundea por las calles, sus llanuras y cañadas recreando un paisaje narrativo donde prefiere la charla tranquila en los caminos con labriegos, arrieros y buhoneros antes que el recorrido por museos y catedrales.

Camilo José Cela en su Viaje
a la Alcarria en 1946

En esas notas recopiladas y  publicada en 1959, no recorre toda Andalucía, solo camina por Jaén, Córdoba, Sevilla y Huelva, deteniéndose en aldeas y pueblos, intentando guardar en su mochila el aroma que va percibiendo a su paso. Al llegar a Huelva afirma qué: «Por Huelva cuentan más los hombres y las mujeres -y el niño mariscador y el viejo que vive del recuerdo de los tiempos idos- que las frías piedras de los palacios y las catedrales.

Cruza la provincia de oriente a occidente, describiendo a los pueblos por donde pasa y recreando momentos y vivencias. En su caminar narra e imagina historias, dialoga con personajes, come y bebe, y hasta pernocta en casa de algún que otro amigo para resaltar una de las excelencias de la provincia; los chocos con habas, a los que el vagabundo «guardará con eterna memoria, junto a su gratitud eterna» afirmando que el choco es un calamar berrendo en marisco y un bocado de finísimos gustos, mientras nos explica detalladamente cómo se cocinan.

En su escritura descriptiva por algunos pueblos de Huelva, nos apunta qué llegado al cruce de Isla Cristina, no se adentra en ella, y la describe así: «Isla Cristina es un pueblo joven y próspero, pueblo de pesca de altura y de chalets para los veraneantes. Isla Cristina no viene de los fenicios, ni de los romanos, ni de los moros. Isla Cristina fue fundada hace dos siglos por los catalanes; los primeros que llegaron fueron los Arnau y los Faneca; hoy hablan castellano con acento andaluz los Rosselló y los Cabet, los Cabot y los Milá, los Casanova y los Llullot, los Mirabent y los Pinell, los Feu y los Murlans y los Mantell, apellidos todos de buen arraigo en Isla Cristina. Esto de las migraciones españolas es algo curioso, algo que nadie ha estudiado en serio todavía. El vagabundo no se mete por el camino de Isla Cristina sino que sigue todo derecho por el de Ayamonte».

Una lástima que en su vagabundaje, quién años después sería galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1987, Nobel de Literatura en 1989 y Premio Cervantes en 1995, no se adentrara en la localidad para describir detalladamente y con una visión más amplia y literaria a la Isla Cristina del momento, eso sí, es de agradecer que dejara escrito en una de sus obras el origen fundacional y su incipiente prosperidad pesquera y turística.

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Primer viaje Andaluz. Notas de un Vagabundaje. 1961. Ed. Noguer. Cela y Trulock , Camilo José

martes, 8 de septiembre de 2020

Poema. Inmaculada Concepción en el 75 Aniversario de su Bendición Litúrgica. Isla Cristina





Reina Celestial,
pureza y eternidad,
simplemente Paz,
Virgen profetizada
vestida de sol naciente;
Madre nuestra,
sin pecado original.

Madre tierna,
Arca de la Alianza,
Verbo de la carne
que alimentas,
Sagrario donde Dios
habita en la tierra,
de virginidad eterna.

María, Concepción,
Pura y Bella,
Puerta del Cielo,
que ahuyentas el mal
de la serpiente,
con la luna bajo tus pies,
coronada por doce estrellas.

         Y del fruto de tu vientre              
     y del Espíritu Santo,
sublime y perfecto:  
Jesús,
lleno de gracia colmada;
Dios Padre hecho Cautivo
quiso hacerte Inmaculada.

                                                                  Francisco González Salgado. 
                                                                          Septiembre 2020

martes, 1 de septiembre de 2020

APUNTES DE ROQUE BARCIA CONTRA LAS TORNA-GUIAS Y EN DEFENSA DE ISLA CRISTINA.

Artículo publicado en el periódico La Higuerita de 1-9-2020

Roque Barcia Martí. Filósofo, político y lexicógrafo.

Así describe Roque Barcia a Isla Cristina en su misiva pública, dirigida al director de rentas estancadas del estado el 10 de mayo de 1863,  para solicitar su intervención ante las injustas tornaguías,  y los grandes impuestos al consumo que se pagaban por el estanco de la sal y otros tributos. 

El escrito editado y publicado en Madrid, consta de 60 páginas y tras una introducción descriptiva, su narrativa, la divide en cinco capítulos así como en una conclusión en la que expone sus razonamientos: I y II,  Como ha sido tratada la Isla, III Tara, IV Pagarés, V Inversión y exportación de la sal. Concluyendo: que en la Isla Cristina, “….(sic) oprimiéndose el pecho para no pronunciar una queja, tapándose la boca para no articular un gemido, llega á V. S. Ilustrísima, Señor Director, y tiene que decirle que no está conforme con aquella práctica trastornadora. No se queja, Ilustrísimo Señor; pero no está conforme. La Isla Cristina, representando hoy el interés de todos sus hermanos de industria y de comercio, tiene que decir á V. S. Ilustrísima que aquella práctica es absolutamente inadmisible, inadmisible de todo rigor, por cuatro motivos capitales. Primero; por innecesaria. Segundo; por embarazosa. Tercero; por inmoral.  Cuarto; por ilógica. Quinto: Por ruidosa de todo punto”, que desglosa pormenorizadamente.  

Su exposición impresa, es una defensa absoluta a la Isla (a la que llama Colonia) a la forma de vida y a sus gentes. He destacado partes concretas del texto por su hermosura descriptiva, en la que el autor afirma;  que le va a contar una historia que no se ha contado, para que el director de rentas, oiga un lamento que no se ha oído, para que sepa lo que debe saber, para remediar lo que debe remediar, porque, aseveraba,  lo remediará cuando lo sepa,  y se jactaba “yo protesto a V.S. por lo que más amo y venero en el mundo….”

Nunca antes había leído nada de Roque Barcia donde se hiciera referencia o mención tan directa hacia Isla Cristina, en esta ocasión, es todo un argumento lleno de párrafos y alusiones a la belleza del lugar, a su configuración, a la dureza de la vida y a la injusticia que tanto los hombres de la mar como los salazoneros y almadraberos tenían que soportar ante tantos impuestos que el  estado no revertía en mejoras para la localidad ni sus gentes.  

"En la parte más meridional de nuestro país, rayando con los Algarbes de Portugal, enfrente de la Isla de San Bruno, casi rodeada por un brazo del Océano Atlántico, como una roca que se deja ver en medio del mar, existe hoy una Colonia que fundaron en el siglo pasado varios comerciantes catalanes. Por un milagro de la industria, de la diligencia y del deseo del hombre, al lodo sucede la tierra, la marisma se torna en piso firme, y sobre aquellos incultos terraplenes, casi al nivel del mar, se levantan algunas casas de negociantes y varias chozas de pescadores. Arriba, cielo; abajo, agua salada; agua salada alrededor; agua salada por todas partes. El agua salada es su campo; las playas son sus bosques; los arenales, sus praderas; las redes, sus arados; la pesca, su mies. Ese mar inmenso y solitario; ese mar grandioso y solemne, ese Océano prodigioso, esa sublime y asombrosa creación de Dios, es toda la herencia de los hombres que habitan esas casas y esas chozas. Al pie de las borrascas nacen; al pie de las borrascas mueren; el huracán que mueve la cuna del niño, azota el sepulcro del anciano, y el querer borrar esto, sería como querer borrar la Colonia".

“A fuerza, Ilustrísimo Señor, de un trabajo que aturde, de una perseverancia que asombra, de un esfuerzo que apenas se concibe, con el sudor de un día y otro día, con el deseo de un año y de otro año, como el pájaro que trae el pico una y otra paja hasta formar su nido, la humilde Colonia de la que hablo consiguió convertir un islote en un pueblo precioso, tan precioso como desventurado. Si las vigilias, las angustias y los afanes que representa ese pequeño grupo de casas y chozas, pudiera convertirse en mármoles labrados, aquel pequeño y escondido grupo fuera una magnifica ciudad. ¡Cuántas fatigas y cuantos desvelos, Señor Director, no han sido necesarios para hacer que haya un pueblo, en donde no debía de haber más que marisco! ¡Cuántos desvelos y cuantas fatigas no han debido costar esos cuantos palmos de arena, usurpado a la pujanza de aquel océano formidable porque la colonia en cuestión no toca la tierra pertenece al mar! ¡Cuánto no han tenido que trabajar esas criaturitas, para disputar sus viviendas al furor de los mares! Si,  Ilustrísimo Señor,  no se trata de un pueblo que nace de la tierra, como nace una planta en un prado no se trata de un pueblo, ayudado por su territorio, por sus campiñas, por sus árboles, por sus fuentes, por sus brisas, por sus flores; se trata de una población especialísima, única en España, única tal vez en el globo. Esas fábricas, esas plataformas, esos terraplenes, esos muelles, esos cerrados, no son una ciudad, una villa, una aldea; son la tarea casi sobre-humana de unos cuantos hombres, en el transcurso de tres generaciones; son una especie de pequeño reinado establecido sobre el señorío de las olas,  de los huracanes y de las borrascas; son un prodigio…….(sic) La Colonia de que me ocupo consiguió llegar hasta muy entrado el presente siglo,  en que una reina la dio su nombre;  no su protección, ni su amparo. Ni aquella reina se lo dio entonces,  ni ningún gobierno se lo dio después. 
La Colonia de qué se trata Ilustrísimo Señor es la Isla Cristina”.

En su justificación, Barcia Martí, narra con hechos el evidente descuido del que casi siempre fue víctima su precioso y desdichado rincón de España, y se lamenta de que a pesar de las turbulentas transiciones políticas que había atravesado el país,  en Isla Cristina nunca se había presenciado una asonada,  (protesta violenta) a pesar de la guerra fanática de los bandos locales y apenas nunca se había enviado a las Cortes un Diputado de oposición. Que el erario público siempre se llenó las arcas de este pueblo naciente y lo calificaba como las Américas de aquella provincia, el Méjico de la raya de Portugal que había tenido siempre las venas abiertas para que todo el mundo le viniera a chupar la sangre. Se jactaba de que no había en todo el mundo guardando la conveniente proporción, un pueblo que más pagara al Estado, ni tampoco había  en la tierra pueblo alguno, que su vecindario, tanto trabajara, que tanto creara, que tanto produjera y  que tan útil sea, en la esfera en que gira.  Sin embargo, esa Colonia tan creadora tan espléndida, tan obediente, tan sufrida; esos palmos de arena que, sujetando a su dominio los oleajes de un mar proceloso, saben arrancar de sus entrañas lo necesario para abastecer nuestros mercados de Levante; ese pequeño grupo de casas y de chozas que debía ser considerado y protegido como una gloria de nuestra industria, como una perla de nuestros mares, ese pueblo y que había sido tratada casi siempre como se trataría a un enemigo de la nación, como a un pirata, como se trataría a un pordiosero que viviera a expensas del Estado……….

Roque Barcia, concluye informando que el comercio de la Colonia había desembolsado, desde 1856 a 1862, más otros aspectos, más de cuatro millones y  medio de reales y solicita la  benévola consideración, preguntándose qué cuanto durarían esas prácticas recaudatorias que arruinaban al comercio, haciéndole saber que sí conociera la realidad de los padres de los comerciantes que trabajaron mucho, que sus hijos trabajaban más, y que esos hijos tenían mucho menos que sus padres. Que todo cuanto se conseguía, todo cuanto se afanaba, cuanto se lograba  arrancar al poder de los mares y de la mala estrella, todo, toda esa gran suma de desvelos y de fatigas, iban a parar a las arcas del tesoro público, si lo conociera,  “sabría que allí no se trabaja, no se produce, no se agencia, no se lucha, sino para el Estado y sabría que el verdadero y único comerciante, el verdadero y único rico, el verdadero y único pudiente, es la Hacienda pública: sabría que en la Colonia, en esa preciosísima Colonia que debía ser un motivo de orgullo para España, existen muchos trabajadores y un solo banquero; muchos esclavos y un solo Señor: los trabajadores, los esclavos, son los comerciantes de la Isla; el banquero, el Señor, es el tesoro público. Y ¡si al menos, Señor Ilustrísimo, se les tuviera algún miramiento! ¡Si al menos merecieran alguna consideración”

Finaliza con un hermoso alegato de amor y desesperación por su Isla: "No debo proseguir. En aquellas arenas me he criado, Señor Director. Cuando era niño, oí llorar. Cuando fui hombre, oí llorar. Ahora que soy ya casi viejo1,  oigo llorar también. V. S., Ilustrísimo Señor, verá que es lo que debe hacer de esas lágrimas. La Isla Cristina espera; espera todo el litoral de nuestro país; esperan todas esas almas que pueblan nuestras costas, y que reciben su vida del mar".
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Breve reseña de las Torna-guías,  dirigida al Ilustrísimo Señor de Rentas Estancadas por el escritor público Don Roque Barcia.  Imprenta y Librería de M. Palacios y J. Viñas. 1863,  Madrid.
1.- Roque Barcia,  contaba con 42 años cuando realizó este escrito.