miércoles, 15 de septiembre de 2021

FELISA, LA LAVANDERA DE LA VERA ABAJO.

 Articulo publicado en el periódico La Higuerita 15-9-2021

Antiguas pilas de lavar en la Barriada de Punta del Caimán, años 50

A lo largo de la civilización, son muchísimos los inventos que nos han proporcionado una vida más fácil y una mejor existencia, beneficiándonos los humanos,  de esas aportaciones que los inventores nos han legado y que han permitido un gran desarrollo a la humanidad, evitándose de esta forma un gran esfuerzo y trabajo. Uno de esos inventos ha sido la lavadora.  

Hoy día, casi todos los hogares desarrollados, han simplificado la tarea del lavado de ropa, puesto que casi todos, disponen de esas máquinas automáticas que realizan por sí mismas el trabajo de lavar y centrifugar, además del secado de la ropa, muy lejos de lo que suponía en antaño la intensa y continua labor del lavado de la ropa a mano en el lavadero o pilas públicas, dónde se acarreaban los cubos de agua a la intemperie y siempre expuestas a merced de las inclemencias del tiempo.

Solo podemos apreciar y valorar ese esfuerzo, sí hacemos una mirada retrospectiva al pasado, para conocer los medios tan rudimentarios que tuvieron que utilizar nuestros antepasados, especialmente nuestras abuelas, para lavar la ropa, muchas de ellas amas de casa, que se desenvolvían en el medio rural  y que pasaban  la ropa  dos o tres veces por el jabón, y casi nunca lograban que las prendas apareciesen limpias y blancas por completo, a pesar de los múltiples aclarados continuos  a fondo y el tendido al Sol. 

Es sabido, que las clases más pudientes siempre contaron con un servicio en el hogar, mozas jóvenes que se dedicaban a servir en todo lo concerniente a la casa, desde la cocina, la limpieza, la atención a los niños etc., y como no, al lavado y planchado de la ropa, recurriendo muchos de ellos, a la experiencia y laboriosidad de una gran mujer, que vivía en el campo de la Vera Abajo, llamada Felisa, y se dedicaba a  realizar “la colada”, un procedimiento nada fácil, duro, penoso y especial, y que consistía en hacer fuego para recoger las cenizas resultantes del carbón y filtrarlas en calderas  con agua hirviendo,  que previamente había sacado de un pozo a pulso y cubo a cubo.  Con el resultado del consiguiente líquido, volvía a frotar la ropa para conseguir la blancura en los tejidos, y eliminar así, las manchas que no salían con el lavado tradicional, pasando posteriormente al enjuagado y vuelta a aclarar en las pilas, tendiendo después  al Sol todo lo limpio, para lo que utilizaba las matas más altas  y los tojos silvestres como tendedero. Posteriormente, y tras todo este rudimentario procedimiento, Felisa, se desplazaba desde el campo de la Vera Abajo,  hasta Isla Cristina con un burro, donde en sus serones transportaba todo el resultante de un duro trabajo ganado con su sudor, y con el producto de su beneficio, junto a su esposo Pedro, mantenían a sus hijos.   

Felisa Álvarez Espinosa, Felisa la Lavandera. 

 
Felisa Álvarez Espinosa, nació y se crió en la Vera Abajo, término municipal de Ayamonte, aunque la cercanía con Isla Cristina,  hizo que su vida se desarrollara en la antigua Higuerita, donde falleció en la C/ Nueva, actualmente Poeta Juan Figuereo,  el 20 de enero de 19791 a la edad de 78 años.

Hija de Gregorio y Josefa, casó con Pedro Martín Guerrilla, con quién tuvo ocho hijos, cinco hembras y tres varones: Pedro, Manuel, Antonio, Felisa, Pepa, Dolores, Paca y María, de los que actualmente, solo disfrutan entre nosotros,  Felisa a sus 95 años  y Paca con 89.

La isleña, Mercedes Navarro Martín, en su libro de poemas “Tiempo de Soledad”  dedicó unos versos, que la retratan,  idealiza e inmortaliza la figura de esta buena señora, que gracias a su esfuerzo y junto a su esposo,  pudieron sacar adelante a sus hijos  y al que tituló: Felisa.

 

Falda larga,

negra, casi hasta los pies.

Pañuelo gris a la cabeza.

Alta. Bien plantada.

 

Todas las semanas

aparecía el mismo día.

La acompañaba

 un pequeño borriquillo.

Se llevaba la ropa

blanca

para lavarla allá lejos,

en el campo,

 donde vivía.

 

Por Navidad

el borriquillo venía cargado,

de romeros, de piteras,

de piedrecillas del rio…..

Nosotros pondríamos el Belén.

 

Esta mujer era Felisa,

la lavandera.

Ella nos traía el otoño, el invierno,

con sus olores, con su bien hacer.

Olor a castañas,

a espliegos a membrillos.

 

Nos traía un trocito

del campo, de la Vera Abajo.

Allí, ella residía.

Felisa, tú también

quedaste en mis

viejos recuerdos.

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1.- Libro de enterramientos. Ayuntamiento de Isla Cristina.

PD. Mi agradecimiento a Felisa Martín Álvarez, y a su hijo Pedro Figuereo Martín, por la cesión de la fotografía de su madre.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

REAL ORDEN DE 1915, PARA AMPLIACIÓN DE LA ADUANA DE ISLA CRISTINA, PARA IMPORTAR DEL EXTRANJERO.

Articulo publicado en el periódico La Higuerita 1-9-2021
 
Detalle industrial de la Fábrica de Cabot hacia los años 20

En los tiempos que corren, con una llamada de teléfono, un correo electrónico o solo, con apretar un botón del móvil u ordenador, es muy fácil adquirir productos o hacer una compra  a miles de kilómetros. La era de las tecnologías, las comunicaciones y la globalización, nos permite estar en contacto directo con clientes y proveedores a una gran velocidad,  superando las vicisitudes que un siglo atrás,  tenían que sortear los gremios pesqueros y salazoneros de la localidad para realizar tanto las ventas de sus productos como la adquisición de materiales para el desarrollo de sus funciones pesqueras.

Isla Cristina, al ser un puerto fluvial contaba con una aduana, una oficina del gobierno que controlaba las mercancías que  entraban y salían, y a las que se gravaban con impuestos, aranceles o tasas correspondientes.

Dicha aduana, también, tenía la misión de controlar los productos que no cumplían  las normas, el tráfico de personas, las  substancias ilegales, así como el tráfico de animales, etc.

En 1915, a instancias del alcalde don José Antonio Zarandieta Roselló, del secretario del Ayuntamiento don José Soler Barcia,  don Matías Cabot Alfonso y don Ángel Pérez Romeu,  estos dos últimos vecinos de Isla Cristina, que ostentaban la representación del gremio de salazoneros y conservas de pescado,  constituido en la localidad. Solicitan, se habilite la Aduana de Isla Cristina para la importación de anclas, cadenas, clavazón de hierros, hilos de fibras vegetales para las redes, cables de alambres de acero,  estaño en barras, hoja de lata sin labrar y gasolina para aparatos de soldar.

Fotografía mucho más reciente, pero que representa a la perfección
el montaje de los aparejos y pertrechos para la pesca del atún. 


Los interesados fundaban su petición en que siendo la habilitación actual de la Aduana de Isla Cristina tan restringida para importar géneros del extranjero, se les obligaba con frecuencia a traer por distintos puertos este tipo de material y otros varios, que exigían el floreciente desarrollo de las industrias pesqueras y salazoneras que constituían y hacían imprescindible la vida de la localidad con el consiguiente recargo de gastos y dilaciones altamente perjudiciales al interés de esta industria.

Las autoridades competentes, visto los informes de las autoridades de Huelva, que todos fueron favorables a la habilitación solicitada,  acordaron: acceder a lo solicitado, con excepción de la gasolina, ya que no se perjudicaban los intereses del Tesoro Público, beneficiando del amparo oficial a esta comarca tan necesitada por la clase de industria a la que se dedicaba.

La Real Orden1 firmada en Madrid,  el 25 de enero de 1915 decía así:

“S.M el Rey (q.D.g.), conformándose con lo propuesto por esa Dirección General, se ha servido acordar se amplíe la habilitación de la Aduana de Isla Cristina (Huelva) para importar del  extranjero anclas, cadenas, clavazón de hierros, hilos de fibras vegetales para redes, cables de alambre de acero, estaño en barras y hoja de lata sin labrar”

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1.- Gaceta de Madrid. 29 Enero de 1915