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jueves, 17 de octubre de 2024

LOS OLORES DEL CARMEN

Artículo recuperado,  publicado en la Revista de las Fiestas de Carmen 2003


 

Cuando se acercan las Fiestas del Carmen, un olor especial inunda mis sentidos, retornándome, hasta una época llena de añoranzas y de recuerdos infantiles. 

El olor a gasoil que impregnaba la ropa azul de mi abuelo Cristóbal y que aún después de jubilado, siempre desprendió su piel curtida por toda una vida de desvelos dedicada a la mar, en la sala de maquinas de aquellos barcos que pescaban en la zona de Agadir. Es ese, el olor que rememoro al llegar estos días, pues de niño, me llevaba a arrancar el motor de un barco que se llamaba “Virgen del Carmen”, a encender las luces y llenar la presión de las botellas de aire, que al paso de la patrona de los marineros, a quien siempre tuvo una gran devoción, las hacía sonar hasta agotarlas, entre la alegría de aquel chiquillo que quedó marcado para toda la vida con la visita de la Virgen y la devoción autentica que mostraban aquellos viejos pescadores hoy, desaparecidos. 

También, el olor a sal, que desprendían las redes secas en la draga de las calderas, entre las que sobresalía, la figura desgastada de mi otro abuelo Rafael, quién tuvo el honor de portar la vara de la Virgen durante la procesión, al serle concedido el Homenaje al Marinero, por toda una vida de lucha y entrega. Hombre temperamental y sin infancia, que intentaba ocultar sus  muestras de fe, emocionándose con gran facilidad cada vez que la Virgen del Carmen recorría las calles y sus ojos se iluminaban y humedecían mientras trataba, avergonzado, de esconder sus nobles sentimientos.

 Pero este Carmen de 2003, llegará con un nombre muy presente  en la mente y el corazón  de todos los isleños: el de Agustín García Cazorla y el de toda su familia, compañeros inseparables de la angustia y la oración. 

Y,  volverá ese momento cumbre y sublime de la fiesta, cuando esa Virgen Chiquita que anida en nuestro corazón, la Estrella de los mares, que como Patrona y Capitana, subirá en uno de nuestros barcos pesqueros, para mirarse en el espejo de plata de nuestra ría, bendiciendo sus aguas, desde la pescadería a la barriada hermana  de  Punta del Moral, en memoria de aquellos centinelas que encontraron la vida eterna bajo su manto protector, para el disfrute de nuestros observadores ojos, en ese instante gozoso y emotivo lleno de fervor popular, en el que las gentes se arremolinan en torno a Ella, mientras los pescadores y costaleros,  se unen en una piña fusionados en un solo corazón para alzarla al cielo, llevándola  a cada uno de los barcos amarrados a puerto y la paseen por la “Lota”, donde las sensaciones interiores florecen entre las sirenas y el color rojo intenso de las bengalas, el impresionante crepúsculo del atardecer, las explosiones multicolores y los estruendos de los cohetes. 

Isla Cristina, ya no es aquella que se echaba a vivir la fiesta intensamente, desde por la mañana en la caseta, la de las carreras de cintas del desaparecido Pepe Cañavate, la de las calles de arena, la de las casitas bajas y sencillas de encalada blancura en las azoteas y paredes deslumbrantes, de vecinos sentados en las puertas de sus casas, la de los estrenos en la víspera y las rozaduras en los pies, la de las filas interminables de velas en la procesión y escapularios carmelitas colgados al cuello a la altura del pecho. Isla Cristina, hoy es una ciudad moderna que ha evolucionado, que ha cambiado en su fisonomía y algunas de sus costumbres y que mira al futuro con alegría sin querer desprenderse de su pasado, con una buena calidad de vida y que a veces esto, hace que nos olvidemos de nuestra raíces y valores culturales, hasta tal punto, de acordarnos de la Virgen, sólo, en momentos de apuros y verdadero peligro. Pero aún así, se sigue y seguirá oyendo ese grito hondo y sentido del pescador que vitorea el nombre de la Stma. Virgen del Carmen con la desgarrada y autentica serenidad de su alma. 

Que así se perdure en el tiempo  y nuestros nietos lo cuenten.