El golpe duro y seco del llamador, rompió el
silencio, dejándonos la respiración
entrecortada y un hilo de melancolía en
el corazón, cuando los zancos, volvieron
a tierra tras el último crujir de los costeros.
Y, Cristo y su madre María, la Virgen, quedaron
nuevamente expuestos sobre sus tronos en
la parroquia a nuestros ojos, tras recorrer las calles de una Isla Cristina
convertida en Jerusalén, cumpliéndose
así, una vez más, la profecía, para que
el Dios hombre, escarnecido y humillado, escupido, ultrajado y condenado a
muerte injustamente, se acercara a
nosotros.
Así estaba escrito y así debía suceder, que el
primer idealista de la humanidad, fuese vendido por Judas, para luego ser
apresado, juzgado sin justicia, jaleado
e insultado por un pueblo ciego y
enfervorizado, que democráticamente le condenaba y a la vez indultaba al delincuente Barrabás. Mientras, el
gobernador Pilatos, lavaba sus manos en la sangre inocente que había de
derramar camino al Gólgota, para expirar
en la agonía de la muerte. (Una metáfora
de la propia vida).
Isla
Cristina, cada primavera vuelve a revivir el sufrimiento agónico de aquél
Hombre que cambió a la humanidad y nos puso en el camino, la Esperanza de la Resurrección
y La Vida eterna. “Quién cree en mi nunca morirá”.
Ese
fue el nombre que recibió el cuadro del primer crucificado que el Padre José
Mirabent colocó para presidir la capilla del primer cementerio isleño (Ermita).
Con los años, pudiera ser esta, la misma imagen (¿) que procesionó auspiciado por la Hdad.
Sacramental de la Parroquia de los Dolores, hoy fusionada a la Hermandad de los
33 y que estaba presidida por Ventura Mirabent. El 15 de abril de 1960, por una acción de gracia, es fundada la actual Hermandad del SANTÍSIMO CRISTO DE LA VIDA,
el “canejito”, el mismo que actualmente procesiona como titular de esta Cofradía.
Su
cuerpo rendido y muerto, todavía en la cruz, es portado a hombros por
cargadores, (a la antigua usanza gaditana), mientras que el aire trémulo vibra a
su paso. El cristo de la Vida, es el señorío de las procesiones isleñas. Solo
el ruido de las cadenas son capaces de robarnos la atención al pesado esfuerzo
que como penitencias se imponen los anónimos penitentes, mientras que a su
madre: Siete puñales de dolor le atraviesan el corazón Inmaculado.
Sin
embargo, de vez en cuando, nos perdemos en el laberinto de la parafernalia
estética y olvidamos su verdadero mensaje. Aún se persiguen y se siguen
flagelando los derechos de millones de personas, humillados, ultrajados y condenados a la hambruna, mientras que los gobernantes del mundo,
imitadores de Pilatos, lavan sus manos sin querer oír ni ver los lamentos
agónicos de un sub-mundo que desfallece.
¡Bendita sea pues, la liturgia popular de los sentidos!, esa que nos emociona y nos encanta, pero, nunca olvidemos SU MENSAJE, ni el por qué, ni para qué, fueron fundadas nuestras Hermandades.
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