Artículo publicado en el periódico La Higuerita de 1-9-2020![]() |
Roque Barcia Martí. Filósofo, político y lexicógrafo. |
Así describe Roque Barcia a Isla
Cristina en su misiva pública, dirigida al director de rentas estancadas del
estado el 10 de mayo de 1863, para
solicitar su intervención ante las injustas tornaguías, y los grandes
impuestos al consumo que se pagaban por el estanco de la sal y otros
tributos.
El escrito editado y publicado en
Madrid, consta de 60 páginas y tras una introducción descriptiva, su narrativa,
la divide en cinco capítulos así como en una conclusión en la que expone sus
razonamientos: I y II, Como ha sido
tratada la Isla, III Tara, IV Pagarés, V Inversión y exportación de la sal.
Concluyendo: que en la Isla Cristina, “….(sic)
oprimiéndose el pecho para no pronunciar una queja, tapándose la boca para no
articular un gemido, llega á V. S. Ilustrísima, Señor Director, y tiene que
decirle que no está conforme con aquella práctica trastornadora. No se queja,
Ilustrísimo Señor; pero no está conforme. La Isla Cristina, representando hoy
el interés de todos sus hermanos de industria y de comercio, tiene que decir á
V. S. Ilustrísima que aquella práctica es absolutamente inadmisible,
inadmisible de todo rigor, por cuatro motivos capitales. Primero; por
innecesaria. Segundo; por embarazosa. Tercero; por inmoral. Cuarto; por
ilógica. Quinto: Por ruidosa de todo punto”, que desglosa pormenorizadamente.
Su exposición impresa, es una defensa
absoluta a la Isla (a la que llama Colonia) a la forma de vida y a sus
gentes. He destacado partes concretas del texto por su hermosura
descriptiva, en la que el autor afirma; que
le va a contar una historia que no se ha contado, para que el director de rentas,
oiga un lamento que no se ha oído, para que sepa lo que debe saber, para
remediar lo que debe remediar, porque, aseveraba, lo remediará cuando lo sepa, y se jactaba “yo protesto a V.S. por lo que más amo y venero en el mundo….”
Nunca antes había leído nada de Roque
Barcia donde se hiciera referencia o mención tan directa hacia Isla Cristina,
en esta ocasión, es todo un argumento lleno de párrafos y alusiones a la
belleza del lugar, a su configuración, a la dureza de la vida y a la injusticia
que tanto los hombres de la mar como los salazoneros y almadraberos tenían que
soportar ante tantos impuestos que el estado no revertía en mejoras para la
localidad ni sus gentes.
"En la
parte más meridional de nuestro país, rayando con los Algarbes de Portugal,
enfrente de la Isla de San Bruno, casi rodeada por un brazo del Océano
Atlántico, como una roca que se deja ver en medio del mar, existe hoy una
Colonia que fundaron en el siglo pasado varios comerciantes catalanes. Por un
milagro de la industria, de la diligencia y del deseo del hombre, al lodo
sucede la tierra, la marisma se torna en piso firme, y sobre aquellos incultos
terraplenes, casi al nivel del mar, se levantan algunas casas de negociantes y
varias chozas de pescadores. Arriba, cielo; abajo, agua salada; agua
salada alrededor; agua salada por todas partes. El agua salada es su campo; las
playas son sus bosques; los arenales, sus praderas; las redes, sus arados; la
pesca, su mies. Ese mar inmenso y solitario; ese mar grandioso y solemne, ese
Océano prodigioso, esa sublime y asombrosa creación de Dios, es toda la
herencia de los hombres que habitan esas casas y esas chozas. Al pie de las
borrascas nacen; al pie de las borrascas mueren; el huracán que mueve la cuna
del niño, azota el sepulcro del anciano, y el querer borrar esto, sería como
querer borrar la Colonia".
“A fuerza, Ilustrísimo Señor,
de un trabajo que aturde, de una perseverancia que asombra, de un esfuerzo que
apenas se concibe, con el sudor de un día y otro día, con el deseo de un año y
de otro año, como el pájaro que trae el pico una y otra paja hasta formar su
nido, la humilde Colonia de la que hablo consiguió convertir un islote en un
pueblo precioso, tan precioso como desventurado. Si las vigilias, las angustias
y los afanes que representa ese pequeño grupo de casas y chozas, pudiera
convertirse en mármoles labrados, aquel pequeño y escondido grupo fuera una
magnifica ciudad. ¡Cuántas fatigas y cuantos desvelos, Señor Director, no han
sido necesarios para hacer que haya un pueblo, en donde no debía de haber más
que marisco! ¡Cuántos desvelos y cuantas fatigas no han debido costar esos
cuantos palmos de arena, usurpado a la pujanza de aquel océano formidable
porque la colonia en cuestión no toca la tierra pertenece al mar! ¡Cuánto no
han tenido que trabajar esas criaturitas, para disputar sus viviendas al furor
de los mares! Si, Ilustrísimo
Señor, no se trata de un pueblo que nace
de la tierra, como nace una planta en un prado no se trata de un pueblo,
ayudado por su territorio, por sus campiñas, por sus árboles, por sus fuentes,
por sus brisas, por sus flores; se trata de una población especialísima, única
en España, única tal vez en el globo. Esas fábricas, esas plataformas, esos
terraplenes, esos muelles, esos cerrados,
no son una ciudad, una villa, una aldea; son la tarea casi sobre-humana de unos
cuantos hombres, en el transcurso de tres generaciones; son una especie de
pequeño reinado establecido sobre el señorío de las olas, de los huracanes y de las borrascas; son un
prodigio…….(sic) La Colonia de que me ocupo consiguió llegar hasta muy entrado
el presente siglo, en que una reina la
dio su nombre; no su protección, ni su
amparo. Ni aquella reina se lo dio entonces,
ni ningún gobierno se lo dio después.
La Colonia de qué se trata Ilustrísimo Señor es la Isla
Cristina”.
En su justificación, Barcia
Martí, narra con hechos el evidente descuido
del que casi siempre fue víctima su precioso y desdichado rincón de España, y
se lamenta de que a pesar de las turbulentas transiciones políticas que había
atravesado el país, en Isla Cristina
nunca se había presenciado una asonada, (protesta violenta) a pesar de la guerra
fanática de los bandos locales y apenas nunca se había enviado a las Cortes un
Diputado de oposición. Que el erario público siempre se llenó las arcas de este
pueblo naciente y lo calificaba como las Américas de aquella provincia, el
Méjico de la raya de Portugal que había tenido siempre las venas abiertas para
que todo el mundo le viniera a chupar la sangre. Se jactaba de que no había en
todo el mundo guardando la conveniente proporción, un pueblo que más pagara al
Estado, ni tampoco había en la tierra
pueblo alguno, que su vecindario, tanto trabajara, que tanto creara, que tanto
produjera y que tan útil sea, en la
esfera en que gira. Sin embargo, esa
Colonia tan creadora tan espléndida, tan obediente, tan sufrida; esos palmos de
arena que, sujetando a su dominio los oleajes de un mar proceloso, saben
arrancar de sus entrañas lo necesario para abastecer nuestros mercados de
Levante; ese pequeño grupo de casas y de chozas que debía ser considerado y
protegido como una gloria de nuestra industria, como una perla de nuestros
mares, ese pueblo y que había sido
tratada casi siempre como se trataría a un enemigo de la nación, como a un
pirata, como se trataría a un pordiosero que viviera a expensas del Estado……….
Roque
Barcia, concluye informando que el comercio de la Colonia había desembolsado,
desde 1856 a 1862, más otros aspectos, más de cuatro millones y medio de reales y solicita la benévola consideración, preguntándose qué
cuanto durarían esas prácticas recaudatorias que arruinaban al comercio, haciéndole
saber que sí conociera la realidad de los padres de
los comerciantes que trabajaron mucho, que sus hijos trabajaban más, y que esos
hijos tenían mucho menos que sus padres. Que todo cuanto se conseguía, todo cuanto
se afanaba, cuanto se lograba arrancar
al poder de los mares y de la mala estrella, todo, toda esa gran suma de
desvelos y de fatigas, iban a parar a las arcas del tesoro público, si lo
conociera, “sabría que allí no se trabaja, no se produce, no se agencia, no se
lucha, sino para el Estado y sabría que el verdadero y único comerciante, el verdadero
y único rico, el verdadero y único pudiente, es la Hacienda pública: sabría que
en la Colonia, en esa preciosísima Colonia que debía ser un motivo de orgullo para España, existen
muchos trabajadores y un solo banquero; muchos esclavos y un solo Señor: los trabajadores,
los esclavos, son los comerciantes de la Isla; el banquero, el Señor, es el
tesoro público. Y ¡si al menos, Señor Ilustrísimo, se les tuviera algún
miramiento! ¡Si al menos merecieran alguna consideración”
Finaliza con un hermoso alegato de amor y desesperación por
su Isla: "No debo proseguir. En aquellas arenas me he criado, Señor
Director. Cuando era niño, oí llorar. Cuando fui hombre, oí llorar. Ahora que
soy ya casi viejo1, oigo
llorar también. V. S., Ilustrísimo Señor, verá que es lo que debe hacer de esas
lágrimas. La Isla Cristina espera; espera todo el litoral de nuestro país;
esperan todas esas almas que pueblan nuestras costas, y que reciben su vida del
mar".
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Breve reseña de las Torna-guías, dirigida al Ilustrísimo Señor de Rentas
Estancadas por el escritor público Don Roque Barcia. Imprenta y Librería de M. Palacios y J.
Viñas. 1863, Madrid.
1.- Roque Barcia,
contaba con 42 años cuando realizó este escrito.