A veces solemos mitificar muchas cosas del pasado e
idealizamos de una manera casi sublime los recuerdos y las vivencias, aquello
que nos contaron nuestros antepasados, colocando determinados hechos que hemos vivido
en primera persona casi en un “baldaquín de la memoria”, glorificándolos como hechos irrepetibles.
Muy lejos de todo eso, lo cierto es, que cualquier
tiempo pasado no tuvo por qué ser mejor, sino diferente e influyen para ello muchas
circunstancias para que desde la objetividad, concluyamos en tales afirmaciones. Cada etapa
tiene su contexto, sus limitaciones y sus circunstancias especiales vinculadas
a los momentos de florecimiento o decadencia en que se viven. Es seguro que ni
los personajes ni las circunstancias socioculturales y políticas son las mismas,
y que cada persona tiene unas peculiaridades que las hacen diferentes a las
otras, todo suma, ahí reside la grandeza y ese es el patrimonio que debemos
preservar y proteger casi de una forma inmaculada, sin renunciar nunca a
evolucionar, a aprender y a mejorar según nos marquen los tiempos.
Con el devenir de los años, sin duda, todo ha evolucionado a mejor, salvo esas excepciones
que desgraciadamente sí añoramos y que no hacen falta desgranar, y que como la corriente, desgraciadamente, nunca
volverá.
El Carnaval de Isla Cristina con el paso de los años
se ha ganado por meritos propios y por el gran legado de su historia la
concesión del reconocimiento a ser denominado Fiesta de Interés Turístico de
Andalucía, una declaración que tiene más importancia de la que creemos, y que
los isleños, artífices de todo esto, aún no lo hemos asimilado como fuente de
riqueza, proyección y exportación cultural y económica para nuestra localidad,
ni siquiera lo han hecho las instituciones y asociaciones con responsabilidades
de organización.
Quizás, todo ese potencial cultural y efímero sea
producto de ese carácter anárquico que nos caracteriza, fortalecido por esa
idiosincrasia tan peculiar que nos aporta la mar, el sentido musical, el
ingenio improvisado, la desorganización innata, la sátira en las letras,
la libertad que le atesora, y ese legado de padres a hijos, generación tras generación. El Carnaval de Isla Cristina tiene la grandeza
de ser, aunque por razones más que
obvias y manifiestas, se le relegue al abismo de la indiferencia
mediática, y de la que todos somos
culpables.
Esta “organización desorganizada” el Carnaval, la Fiesta de la Libertad, donde el pueblo se manifiesta tal y como es llegando a ser capaz de enfrentarse abiertamente al poder establecido y demostrando su fuerza, siempre estuvo encorsetada por las autoridades competentes bajo unas normas de conducta para la buena organización. Las primeras normas y noticas al respecto que conocemos1, fueron dictadas por el alcalde D. Lorenzo Elías en 1832 ejerciendo como presidente del Ayuntamiento de la Real Isla de La Higuerita con el fin de salvaguardar la inmoralidad, y donde se autorizaba “las máscaras y las diversiones racionales durante los tres días que duraban las carnestolendas”, y desautorizaban “la multitud de prácticas abusivas que ni tienden al placer y desahogo público ni guarden conformidad con la seguridad personal, el decoro popular, la decencia ni las buenas costumbres”.
Con el devenir del tiempo se fueron publicando bandos y ordenanzas que fueron dando un orden a la fiesta con restricciones a la vestimenta, donde taxativamente se prohibía vestir de ministros de la religión, militares, llevar armas o verter aguas fecales sobre las máscaras así como en el año 1876 se publica el reglamento para las normas de uso y comportamiento en el teatro. Estas normas se fueron adaptando a las circunstancias de las fiestas y a los tiempos.
Los concursos de teatro, siempre fueron organizados por los propios empresarios quiénes otorgaban por un jurado los premios, así como la organización de los bailes, que eran de iniciativa privada y se celebraban en los Casinos, Asociaciones Culturales y Teatros. Nunca por la institución pública que lo apadrinó y los llegó a autorizar organizándolos en plena dictadura por iniciativa del alcalde D. Emiliano Cabot del Castillo a partir de 1968 con el nombre de Fiestas Típicas de Invierno.
En todas las
etapas de las carnestolendas de una manera u otra ha existido censura, muchas
veces por mandatos organizativos y otros, por el ideario del momento. Es así, que algunas de las coplas no llegaban a insertarse en las en tiras (cancioneros) o
eran adulteradas al publicarse y posteriormente, se interpretaban o no, como fueron concebidas con
el riesgo que conllevaba la manera
original durante de concurso o en las calles.
Tras la Guerra Civil, el Carnaval es oficialmente prohibido, suspendiéndose toda actividad y concurso. Es a finales de la década los años 40 del pasado siglo cuando comienzan a irrumpir tímidamente algunos disfraces callejeros de forma individual, siendo perseguidos y detenidos por la autoridad. En 1954, irrumpe la primera murga callejera “Los Asturianos” dirigida por Luis Garrido “El Carbonero” y el primer grupo de disfraces “Las Botellas de Tío Pepe” organizada por Claudio Núñez García, este también quién recuperó las carrozas, y años después el Entierro de la Sardina.
A partir de ahí, las autoridades ejerciendo su obligación, hacían cumplir las normas pero conscientes de que no había peligro hacían de vez en cuando la “vista gorda”.
Ya en la etapa contemporánea debemos diferenciar dos partes bien definidas, la primera, que abarca parte de la dictadura franquista comprendida entre 1968 y 1978, en la que era obligatorio pasar las letras que se iban a interpretar al censor de turno para que diera el visto bueno, y la segunda, desde 1979 ya instaurada la democracia con una nueva Constitución hasta nuestros días, aunque sus coletazos censores, se alargaron algunos años más. Recordemos ese mismo año, el suceso acaecido estando en escena la murga “Los locos de la Morana” dirigida por Manuel Garcés “Lolín” y habiendo sido advertida de que determinados temas no se podían interpretar, estos jóvenes, hicieron caso omiso en un momento muy crucial y determinante de la transición española, sobrepasando los límites de lo permitido, con actitudes obscenas y teniendo que ser reducidos y detenidos violentamente. También en 1980, fue detenido Francisco Canela Tobarra, director de la murga “Los reclutas de San Fernando que vinieron andando”, todo a instancias del mando de la Ayudantía Militar de la Comandancia de Marina de Isla Cristina, quién interpuso denuncia al interpretar que era una burla hacia el ejercito de la Marina, ya que vestían uniforme de soldados y utilizaban los galones de la jerarquía militar. Tras unos días difíciles, el tema pudo solucionarse, siendo autorizados a continuar en el concurso aunque quedaron descalificados, rectificando y adaptando el tipo al que le pusieron faldas escocesas y eliminando los galones que portaban en las mangas, buen susto fue, el que se llevaron. Así mismo en 2001, al cuarteto “Aunque no te lo creas, hemos salido este año” dirigido por Victoriano Ochoa y Manuel Raya le cerraron las cortinas durante su actuación bajo el argumento oficial, de evitar la alteración del orden público.
Nunca hubo un tiempo de mayor libertad para expresarse que el que actualmente vivimos en pleno siglo XXI y que mana de la democrática Constitución Española. Un Carnaval del pueblo, escrito y cantado para el pueblo, en ese Parlamento de Coplas, donde explosionan esos sentimientos contenidos que se airean con el desenfreno de los problemas cotidianos, que se enmascaran, se cantan y se gritan por febrero inundando de multicolores la Fiesta de la Libertad.
La única censura hoy, es la que nos imponemos nosotros mismos por pudor, respeto, miedo, el qué dirán, y sus consecuencias colaterales.
1.- López
Márquez, Vicente. Isla Cristina Por los caminos de la Historia. El Carnaval de
Isla Cristina en el siglo XIX
2.- Semanario La
Higuerita. 22-10-1934
3.- La Vanguardia de Barcelona 6-3-de 1935
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